sábado, 10 de noviembre de 2012


Frente a la ex presidenta se han alineado todas las estrellas de la política.

Y se ha alineado una entelequia similar a la de la Italia del siglo XIX: una sensación de cambio social que nadie se atreve a interpretar, aunque muchos esperan que alguien logre hacerlo, ya no por la vía teórica, sino por la empatía con la “gente común”.

En el final de El Gatopardo, su monumental novela sobre la moral política y la moral social, Giuseppe Tomasi di Lampedusa hace que su protagonista, el Príncipe Salina, se enfrente con la estrella del atardecer y le pida, con cierto cansancio, que le entregue una misión menos efímera.

Italia sufre los estertores de la unificación y necesita de hombres que, como el Príncipe, comprendan la dirección del cambio social y le quiten su aparente dramatismo.

Descontado el cansancio, esta podría ser la situación de Michelle Bachelet, frente a la cual se han alineado no una, sino todas las estrellas de la política chilena durante los últimos meses. Y se ha alineado, sobre todo, una entelequia similar a la de la Italia del siglo XIX: una sensación de cambio social que nadie se atreve a interpretar, aunque muchos esperan que alguien logre hacerlo, ya no por la vía de la elaboración teórica, sino por la empatía con la “gente común”.

La exaltación de la empatía, junto con la condición mistérica del problema del cambio, hace pensar que el tipo de liderazgo tendría que ser naturalmente más femenino que masculino.

Bachelet dejó el gobierno lejos de esto. Lo dejó con una derrota que sumió a su base política en un marasmo de recriminaciones, interpretaciones y tesis políticas delirantes, que son los síntomas de la enfermedad de perder el poder. Durante casi tres años pareció que esa situación sería irremontable, entre otras cosas porque los dirigentes de la Concertación no mostraban signos vitales.

Las elecciones municipales lo han cambiado todo.
La Alianza fue castigada con una severidad que ha puesto en duda lo que hasta hace poco daba por hecho, su proyección en un segundo período. De la noche al día, la oposición ya no necesita luchar contra un gobierno poderoso y exitoso, sino que tiene al frente a un Poder Ejecutivo políticamente cesado más de un año antes de tiempo.

Y quien menos lo necesita es Bachelet. La Alianza ha debido apresurar la competencia de sus precandidatos y parece bastante probable que en sus campañas ambos se esfuercen en tomar distancia del gobierno. La cercanía del Presidente no suma votos, sino que parece restarlos, y hoy hasta resulta imaginable que la Concertación pueda darse el lujo de elegir al candidato adversario que más le convenga.

Mejor todavía, el gobierno reconfigurado ha dado señales de que está dispuesto a abrir una nueva relación con la oposición, a la que ahora necesita para hacer lo único que queda: sacar adelante sus proyectos pendientes.

La Concertación estará muy disponible, porque después del domingo 28 el obstruccionismo se convirtió en un mal negocio. Nadie quiere torpedear al gobierno si tiene expectativas de reconquistarlo.

En líneas generales, se diría que la derecha entró con las municipales en la espiral de la derrota. Pero no es del todo así. Muchos dirigentes de la Alianza han atribuido su fracaso a la abstención en un esquema de voto voluntario. Esto es técnicamente incorrecto, pero ofrece cierta certeza de que este conglomerado se jugará a fondo por movilizar a los votantes en las elecciones del 2013.

Como es seguro que la Concertación hará lo mismo, se puede apostar que habrá más sufragios ese año y una dosis mayor de incertidumbre.

¿Favorece este hecho a Michelle Bachelet?
 Por supuesto. En cualquier distribución estadística, un aumento del padrón significaría una repartición de los mismos resultados proporcionales, con mayor número de votos. Las mismas elecciones también ayudaron a ordenar la casa para la ex presidenta. Confirmaron que el centro de gravedad de la Concertación sigue estando en el eje socialista-democratacristiano; pero como hegemonía no es lo mismo que monopolio, también dejaron claro que una mayoría opositora no se consigue sin el concurso del “polo de izquierda” y, en especial, sin una mayor consolidación del pacto instrumental con el PC.

Esta clarificación devuelve la responsabilidad del proyecto unitario a los partidos; o, dicho de otra manera, los obliga a ponerse de acuerdo para subordinarse a un fin común y abandonar el deporte envenenado de los vetos cruzados.

La única estrella no alineada en el firmamento bacheletista es el problema de las primarias. Después del 28 de octubre, y de la situación que vive la derecha, parece inequívoco que, cualesquiera sean los indicios que ofrezcan las encuestas, las primarias serán ineludibles, con todos los riesgos, las tensiones y las cosas desagradables que ellas puedan entrañar.

Es, acaso, la dimensión “más efímera” de su destino contra la cual se queja, eternamente, el Príncipe Salina.
http://diario.latercera.com/2012/11/10/01/contenido/reportajes/25-122606-9-la-estrella-de-bachelet.shtml

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